domingo, 8 de enero de 2017

La Paz, la capital sin título


Llegar a La Paz desde El Alto impresiona. Es un espectáculo ver cómo las calles de la ciudad empiezan a descender en cascada desde el altiplano andino por una ladera empinada llena de casas. A lo lejos, desde sus 6.465 metros de altura, el Illimani observa.



En contra de lo que mucha gente cree La Paz no es la capital de Bolivia. Es verdad que el área metropolitana aglutina a la mayor parte de la población del país, que La Paz es la sede del Gobierno y el centro político-administrativo de Bolivia, pero la capital oficial del país está en Sucre. En cualquier caso La Paz es la ciudad más indígena y a la vez la más cosmopolita. Confluye en ella gente de todas las zonas del país e inmigrantes de otros lugares del mundo.

Su configuración orográfica y urbana permite que el recién llegado se oriente fácilmente en la ciudad y se sienta permanentemente desafiado por sus pendientes y atraído por las múltiples perspectivas que, desde sus distintos ángulos, ofrece.

Tiene una plaza muy concurrida y animada, un monasterio de Franciscanos de la época colonial que ahora es museo e iglesia, varios miradores desde los que se puede ver toda la ciudad rodeada de montañas nevadas, con miles de casas bajas que cuelgan por la falda de la montaña y en la calle mucha gente ataviada con colores llamativos, amable y sonriente. En los abundantes mercados callejeros se puede encontrar todo lo que se precise y hasta muchas cosas poco imaginables.





El oficialmente llamado Palacio de Gobierno, al que todo el mundo conoce como Palacio Quemado después de haber sufrido un grave incendio en 1875, es el Palacio Presidencial de Bolivia, la sede principal del Poder Ejecutivo boliviano, así como el lugar en el que desempeña su actividad gubernamental el presidente del país. El edificio está en la céntrica Plaza Murillo, justo al lado de la Catedral y prácticamente pegado al edificio del Parlamento de Bolivia.


Se llaman micros estos veteranos y pequeños autobuses de colores llamativos que hacen rutas fijas por la ciudad.  Es el más pintoresco y el más popular de los transportes para desplazarse por La Paz. Estos coloridos buses informan de sus paradas con carteles en los parabrisas. Los colores determinan la ruta de estas “movilidades”, que es como se refieren en Bolivia a los vehículos. Para subirse basta con pedir la parada desde alguna de las esquinas por las que pasa. 



Uno de los lugares emblemáticos de La Paz es la calle Jaén. Es una calle empedrada y llena de historias misteriosas que se esconden detrás de las paredes de sus casas coloniales. Hoy hay en ella salas de arte y varios museos.

Su nombre no tiene nada que ver con la ciudad andaluza, sino con Apolinar Jaén, uno de los líderes independentistas ejecutados tras la revolución de 1809. Junto a él también fue ejecutado Pedro Domingo Murillo, que tenía su residencia familiar en esta misma calle.
  
Al entrar por la calle Indaburo, se aprecia una cruz verde, que se utilizó en su día para liberarla de los espíritus malignos que entonces la hacían intransitable. Antaño era conocida como Kaura-Kancha y la gente al pasar por allí decía presenciar y oír fenómenos extraños, fantasmas, almas en pena, ruidos de carruajes y cadenas, que sembraban el pánico entre los habitantes.

El mercado de las Brujas es un original mercado desparramado por algunas calles céntricas de la ciudad, especialmente en Sagárnaga y Linares. Abundan las prendas tradicionales en lana de alpaca, de vicuña o de llama y los instrumentos musicales propios del país. En muchas tiendas se venden artículos de santería, pócimas, estampitas, imágenes, amuletos, hierbas medicinales y fetos de llama disecados para realizar rituales ancestrales de todo tipo, especialmente dedicados a la Pachamama, la diosa totémica de los incas que representa a la Madre Tierra. 



La Plaza Murillo. Además de encontrarse en ella el Palacio Quemado, el Parlamento boliviano y la Catedral, es el eje del bullicio, el lugar de confluencia, el centro popular de la capital. Sobrada de gente, de tráfico, de turistas, de autobuses, de vendedores callejeros y de bocinas, que envuelven y eclipsan el monumento central en memoria del líder independentista Pedro Domingo Murillo. Inmerso en esta vorágine uno llega fácilmente al convencimiento de que el nombre de la ciudad de la Paz no se debe precisamente a la tranquilidad que se respira en sus calles, siempre ajetreadas y con un ritmo cotidiano desenfrenado. 

El mirador Killi Killi es un lugar estratégico, una atalaya privilegiada desde la que podemos apreciar la fisonomía y percibir el ritmo y los latidos de la ciudad. Killi Killi significa halcón pequeño en aimara y el mirador se llama así porque aquí se oía el canto de un halcón que no se percibía en ninguna otra parte de la ciudad.

La Paz tiene aproximadamente un millón de habitantes al que hay que sumarle otro millón de la gente que vive en el Alto, la ciudad con la que se funde y se confunde La Paz. Desde El Alto las vistas de la ciudad son impresionantes, con la imponente cumbre nevada del Illimani al fondo, dominando el horizonte. 


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