domingo, 25 de diciembre de 2016

Una montaña que vale un potosí

La inmensa riqueza que produjo la explotación del Cerro Rico hizo que el nombre de la ciudad se conociese en todo el mundo. Hasta Cervantes en el Quijote hace alusión a ella: “Si yo te hubiera de pagar [...] el tesoro de Venecia, las minas del Potosí fueran poco para pagarte”.


Desde siempre hemos oído y repetido la frase. Cuando decíamos “eso vale un Potosí” éramos conscientes que ese algo del que hablábamos era muy importante, pero no sabíamos a qué hacíamos referencia, ni tampoco teníamos idea de que en Bolivia hubiese una ciudad que se llamaba así. 

El conocido dicho alude a Potosí, esta ciudad que en su día dependía del virreinato del Perú y que fue símbolo en España de la riqueza que procedente de la América recién descubierta, llegaba a espuertas al viejo continente.

El cerro Rico, a cuyos pies fue creciendo la ciudad de Potosí, tenía las tripas llenas de plata y con ella se llenaron miles de veces las bodegas de las naves conquistadoras camino de regreso a España. Desde hace quinientos años está soltando el jugo valioso de sus entrañas y aún sigue diciendo a gritos que le ordeñen con mimo porque todavía le queda mineral para otros quinientos. Alrededor de 15.000 mineros, muchos de ellos casi  niños, se dejan el alma en el interior del cerro buscando con ahínco la veta ansiada de la felicidad.

Potosí no se entiende sin su montaña sagrada. Ese cerro poderoso domina la ciudad desde todas las perspectivas. Es su alma, su eje indiscutible, su dueño, la razón de su existencia. La vida y la historia de la población sigue dando vueltas en torno a él.

El cerro Rico es el rey, preside la ciudad y se ve desde casi todas las calles. El centro urbano de Potosí sigue manteniendo en buena medida todo el sabor de antaño, con casas, portadas, balcones y rejas coloniales.



En torno a la plaza central, la plaza 10 de noviembre, en cuyo centro hay una pequeña estatua de la Libertad, se congrega buena parte de la actividad ciudadana. Muy cerca se ella se encuentra la Casa de la Moneda, en la que entraba la plata que salía del cerro para acuñar las monedas que irían hacia España.

En Potosí tienen muy presente (y por ello mantienen cierto resentimiento) que toda esa plata se la llevaron los españoles a pesar de que fueran los indígenas los que la arrancaron del cerro a costa de sus vidas.

En el edificio de la antigua Casa de la Moneda, hoy convertido en museo, se conservan valiosos objetos de la época dorada de la mina y las inmensas máquinas para laminar la plata que llegaron directamente desde Cádiz, así como las distintas dependencias en las que se llevaban a cabo las diferentes tareas de acuñación.


En Potosí la montaña se hace Virgen. El sincretismo de las dos culturas, la autóctona y la de los colonizadores, termina uniendo a la cristiana Virgen María con la Pachamama, la indígena madre Tierra, para dar lugar a toda la serie de vírgenes triangulares del barroco mestizo, que también simbolizan a la madre Tierra con la forma del cerro sagrado en el manto. El ejemplo más importante es la "Virgen del Cerro", una pintura que se conserva en la Casa de la Moneda, donde se aprecia la figura de María inserta en la montaña y coronada por la Trinidad, mientras, a sus pies, de rodillas están el papa Pablo III, el rey Carlos V de España, unos nobles y un cacique indígena. A los lados de la montaña están representados el Sol y la Luna con caras humanas y, a los pies, la Tierra, elementos muy frecuentes en la iconografía sagrada inca. La característica sobresaliente de este sincretismo es la forma triangular de la Virgen, que de esta manera recuerda el aspecto de una montaña, representación más evidente de la Madre Tierra. 

La plaza 10 de Noviembre es el corazón de Potosí. Situada en el centro de la ciudad, es paso inevitable para visitar la Catedral o la Casa de la Moneda y en ella se encuentran la Alcaldía y la Gobernación, dos muestras importantes de la arquitectura histórica potosina. La plaza acoge la mayor parte de los eventos importantes, manifestaciones y mítines políticos que se celebran durante el año. Está siempre en movimiento, repleta de comerciantes callejeros que venden salteñas o zumos de frutas recién exprimidos y de gente que acude al lugar para sentarse y disfrutar de una salida mañanera o de una tarde soleada.





En Potosí es obligada una visita a las minas. Hay que introducirse por esas galerías por las que  discurren sin parar las vagonetas cargadas de historias, de esperanza y de sudores, hay que caminar agachado por esos pasillos para hacerse idea de la dureza del trabajo para estos hombres, hay que acercarse con cascos y linternas a conocer de primera mano y cómo discurren las jornadas sin luz en las profundidades de la tierra que durante quinientos años ha proporcionado alegrías infinitas y amarguras sin fin para los habitantes de la zona. Hay que descender a los infiernos para encontrarse con los dioses de las minas, esos seres impensables que dibuja con pasión un exminero de toda la vida reconvertido en guía turístico. 







No hay comentarios:

Publicar un comentario