viernes, 30 de diciembre de 2016

Tiwanaku, una ciudad de 3000 años

Cuando llegaron aquí los conquistadores y preguntaban a los nativos por esta ciudad en ruinas, éstos contestaban "Thia wañaku". Los colonizadores supusieron que era el nombre del lugar, aunque en realidad 'thia' significa ribera en lenguaje amara y 'wañaku' seca. 


El agua se ha esfumado hace tiempo de este complejo arquitectónico, en el que se encuentran abundantes restos arqueológicos de lo que fue en su día la capital de la cultura tihuanacota. Es un lugar en el que la disposición de los elementos que  se conservan y el silencio que desprende, unidos a un poco de imaginación por parte del visitante, permiten revivir los movimientos de los primitivos aimaras enfrascados en sus faenas cotidianas o celebrando alguno de sus rituales ceremoniosos. En su momento Tiahuanaco (o Tiwanacu en aimara) se encontraba a orillas del Lago Titicaca, aunque hoy las aguas se han retirado y se encuentran a unos 15 km de distancia.


Este sorprendente poblado preincaico está situado a tan solo 75 kilómetros de La Paz y es uno de los pocos vestigios que quedan de la civilización precolombina del mismo nombre. En su época de auge fue un gran imperio. Su dominio abarcó los territorios de la meseta del Collao, entre el suroeste de Peru, el oeste de Bolivia, el norte de Argentina y el norte de Chile, regiones desde las cuales irradió su influencia hacia otras civilizaciones contemporáneas para llegar a extenderse a lo largo de 600.000 kilómetros cuadrados. 

Uno de los elementos importantes que caracteriza la singularidad del complejo arqueológico son las enormes piedras que se encontraron en el lugar, de aproximadamente diez toneladas, que los tihuanacotas cortaban, les daban forma cuadrada o rectangular y esculpían con facilidad. El sorprendente manejo de estas piedras gigantescas dio lugar a todo tipo de especulaciones y rodea todavía hoy a Tiwanaku en un clima de misterio. 


Dentro del recinto llaman la atención los monolitos antropomorfos hechos en un solo bloque de piedra, especialmente el conocido como estela  Pachamama o monolito Bennett, en honor al arqueólogo Wendell Bennett, su descubridor.

En cierto modo, estas tallas gigantescas parecen una versión andina de los famosos moáis de la Isla de Pascua. 

El monolito Ponce o estela Ponce, es un monumento que se halla en la parte este del complejo arqueológico, en el interior del recinto del templo de Kalasasaya, también denominado templo de las Piedras Paradas. De aspecto antropomorfo, se cree que representa a una autoridad o personaje poderoso tiwanacota divinizado. En las inmediaciones se encuentra otro, el conocido como monolito Fraile o Dios del Agua.




La Puerta del Sol. Es la más conocida de las construcciones de Tiwanaku, un gran bloque de roca volcánica con forma de puerta. En la parte superior tiene un friso con una figura central del Señor de los Báculos, comúnmente confundido con Viracocha, rodeado de cóndores y criaturas aladas.  Sus manos tienen cuatro dedos y en las mejillas unos pequeños agujeros a modo de lágrimas. De su cabeza parten 24 apéndices en forma de rayos.





En el centro del templo Semisubterráneo hay dos monolitos y las paredes están decoradas con cabezas esculpidas en piedra, conocidas como las cabezas clavas. En uno de los laterales se encuentra la puerta principal de acceso al templo de Kalasasaya.

Pirámide de Akapana. Es una estructura constituida por 7 terrazas escalonadas separadas por muros de piedra labrada que recuerda a la pirámide egipcia de Zoser en Saqara y a las protopirámides egipcias. Se cree que los tiwanacotas lo usaban como lugar de culto y está orientada  hacia los puntos cardinales.




domingo, 25 de diciembre de 2016

Una montaña que vale un potosí

La inmensa riqueza que produjo la explotación del Cerro Rico hizo que el nombre de la ciudad se conociese en todo el mundo. Hasta Cervantes en el Quijote hace alusión a ella: “Si yo te hubiera de pagar [...] el tesoro de Venecia, las minas del Potosí fueran poco para pagarte”.


Desde siempre hemos oído y repetido la frase. Cuando decíamos “eso vale un Potosí” éramos conscientes que ese algo del que hablábamos era muy importante, pero no sabíamos a qué hacíamos referencia, ni tampoco teníamos idea de que en Bolivia hubiese una ciudad que se llamaba así. 

El conocido dicho alude a Potosí, esta ciudad que en su día dependía del virreinato del Perú y que fue símbolo en España de la riqueza que procedente de la América recién descubierta, llegaba a espuertas al viejo continente.

El cerro Rico, a cuyos pies fue creciendo la ciudad de Potosí, tenía las tripas llenas de plata y con ella se llenaron miles de veces las bodegas de las naves conquistadoras camino de regreso a España. Desde hace quinientos años está soltando el jugo valioso de sus entrañas y aún sigue diciendo a gritos que le ordeñen con mimo porque todavía le queda mineral para otros quinientos. Alrededor de 15.000 mineros, muchos de ellos casi  niños, se dejan el alma en el interior del cerro buscando con ahínco la veta ansiada de la felicidad.

Potosí no se entiende sin su montaña sagrada. Ese cerro poderoso domina la ciudad desde todas las perspectivas. Es su alma, su eje indiscutible, su dueño, la razón de su existencia. La vida y la historia de la población sigue dando vueltas en torno a él.

El cerro Rico es el rey, preside la ciudad y se ve desde casi todas las calles. El centro urbano de Potosí sigue manteniendo en buena medida todo el sabor de antaño, con casas, portadas, balcones y rejas coloniales.



En torno a la plaza central, la plaza 10 de noviembre, en cuyo centro hay una pequeña estatua de la Libertad, se congrega buena parte de la actividad ciudadana. Muy cerca se ella se encuentra la Casa de la Moneda, en la que entraba la plata que salía del cerro para acuñar las monedas que irían hacia España.

En Potosí tienen muy presente (y por ello mantienen cierto resentimiento) que toda esa plata se la llevaron los españoles a pesar de que fueran los indígenas los que la arrancaron del cerro a costa de sus vidas.

En el edificio de la antigua Casa de la Moneda, hoy convertido en museo, se conservan valiosos objetos de la época dorada de la mina y las inmensas máquinas para laminar la plata que llegaron directamente desde Cádiz, así como las distintas dependencias en las que se llevaban a cabo las diferentes tareas de acuñación.


En Potosí la montaña se hace Virgen. El sincretismo de las dos culturas, la autóctona y la de los colonizadores, termina uniendo a la cristiana Virgen María con la Pachamama, la indígena madre Tierra, para dar lugar a toda la serie de vírgenes triangulares del barroco mestizo, que también simbolizan a la madre Tierra con la forma del cerro sagrado en el manto. El ejemplo más importante es la "Virgen del Cerro", una pintura que se conserva en la Casa de la Moneda, donde se aprecia la figura de María inserta en la montaña y coronada por la Trinidad, mientras, a sus pies, de rodillas están el papa Pablo III, el rey Carlos V de España, unos nobles y un cacique indígena. A los lados de la montaña están representados el Sol y la Luna con caras humanas y, a los pies, la Tierra, elementos muy frecuentes en la iconografía sagrada inca. La característica sobresaliente de este sincretismo es la forma triangular de la Virgen, que de esta manera recuerda el aspecto de una montaña, representación más evidente de la Madre Tierra. 

La plaza 10 de Noviembre es el corazón de Potosí. Situada en el centro de la ciudad, es paso inevitable para visitar la Catedral o la Casa de la Moneda y en ella se encuentran la Alcaldía y la Gobernación, dos muestras importantes de la arquitectura histórica potosina. La plaza acoge la mayor parte de los eventos importantes, manifestaciones y mítines políticos que se celebran durante el año. Está siempre en movimiento, repleta de comerciantes callejeros que venden salteñas o zumos de frutas recién exprimidos y de gente que acude al lugar para sentarse y disfrutar de una salida mañanera o de una tarde soleada.





En Potosí es obligada una visita a las minas. Hay que introducirse por esas galerías por las que  discurren sin parar las vagonetas cargadas de historias, de esperanza y de sudores, hay que caminar agachado por esos pasillos para hacerse idea de la dureza del trabajo para estos hombres, hay que acercarse con cascos y linternas a conocer de primera mano y cómo discurren las jornadas sin luz en las profundidades de la tierra que durante quinientos años ha proporcionado alegrías infinitas y amarguras sin fin para los habitantes de la zona. Hay que descender a los infiernos para encontrarse con los dioses de las minas, esos seres impensables que dibuja con pasión un exminero de toda la vida reconvertido en guía turístico. 







lunes, 19 de diciembre de 2016

El desierto de Siloli y las lagunas de colores


El desierto de Siloli es una zona extremamente árida situada en el oeste de Bolivia. Se encuentra a casi 5000 metros de altitud y es paso obligado para todos los que quieran adentrarse en la Reserva Nacional de la Fauna Andina Eduardo Avaroa o a las lagunas de colores.


Siloli está considerado como uno de los desiertos más áridos del mundo y uno de los más altos. La escasez de lluvias y los fuertes vientos lo convierten en una zona descarnada, estéril. Un territorio inhóspito, con enormes dificultades para la vida, un aspecto un tanto inquietante y el encanto sorprendente que generalmente entrañan los lugares escasos de estas características. El paisaje se dibuja ante nosotros repleto con toda la gama de ocres y marrones hasta fundirse en el horizonte con un cielo iluminado de un azul intenso.



Las lagunas de colores se encuentran entre las alturas de la cordillera de los Andes, en el interior de la Reserva de Fauna Andina Eduardo Avaroa muy cerca de la frontera de Bolivia con Chile y Argentina. Sus llamativos colores son debidos a la mezcla de diversos sedimentos minerales así como a la pigmentación que producen diversos microorganismos existentes en el agua. En cualquier caso, dan al paisaje el aspecto de grandes lienzos saturados de color.

Laguna Blanca
Laguna Colorada
Laguna Verde

Es indiscutible que el desierto, cualquier desierto, encierra algo especial, tiene embrujo, esconde magia. Supone en muchos casos una atracción irresistible. Posiblemente la luz, la aridez, los colores azules intensos,  los rojizos y los anaranjados cálidos, los marrones suaves y los dorados. Nos atonta la ausencia de vida aparente, esa nada ficticia que irradia. El desierto está rebosante de una vida silenciosa que nos pasa desapercibida, pero es que el desierto esconde bajo ese disfraz de inmensa soledad una abundancia de tesoros por descubrir que todos anhelamos para nuestras vidas.  


El Árbol de Piedra. Es una curiosa figura pétrea que acapara la atención cerca de la laguna Colorada y a dos pasos de la frontera chilena. El trabajo de la naturaleza durante miles de años ha ido esculpiendo esta caprichosa figura que puede parecerse a una seta gigante o a un árbol de siete metros de altura. La parte superior, más rica en hierro, ha soportado mejor los envites del tiempo, la lluvia y el viento y por eso tiene mayor volumen que la parte baja.


Géiseres Sol de Mañana. Al sur de la laguna Colorada y a casi 5.000 metros de altitud se puede ver cómo las tripas de la Tierra hierven convulsivamente, se agitan, se quejan, escupen fluidos y emiten vapores azufrosos a la superficie. Es un área de intensa actividad volcánica. El paisaje se hace inquietante entre fumarolas y géiseres y la visión de esa actividad desenfrenada nos remonta sin remedio a las épocas de formación de la Tierra.


Tayka hotel del Desierto. La única posibilidad de no pernoctar al aire libre en medio del desierto de Siloli es hacerlo en este hotel integrado en el paisaje andino, en el que se puede pasar la noche manteniendo un contacto muy cercano con la naturaleza circundante. En su construcción se utilizaron piedras volcánicas de la zona y se abastece exclusivamente de energía solar para el suministro de agua caliente y la calefacción. 

domingo, 18 de diciembre de 2016

Un hotel hecho con ladrillos de sal

El Palacio de Sal es un curioso hotel construido a base de ladrillos de sal, con techos, paredes, mesas, columnas y muebles del mismo material. El establecimiento, con 42 habitaciones, se encuentra a 15 minutos en coche de la localidad de Colchani y a 25 km del aeropuerto de Uyuni.



La creación del hotel original arranca en los años 90 por iniciativa de Juan Quesada Valda, pionero en los hoteles de sal en el mundo. La idea innovadora de construir un hotel 100% hecho de sal (paredes, techos, mesas, sillas) se vio materializada en lo que bautizó como Palacio de Sal. De arquitectura única, su objetivo era brindar a los visitantes del salar un lugar donde encontrar el equilibrio con la naturaleza y disfrutar un descanso placentero e inolvidable.


El hotel que empezó a operar en 1998 se ubicó originariamente en el centro del Salar. Sin embargo, aunque disponía de una ubicación estratégica envidiable para la realización de diversas actividades en la zona, el acceso a las instalaciones se veía mermado en época de lluvias y los residuos que generaba contaminaban el salar. 

En 2004, con la intención de poder ofrecer un servicio acorde a las exigencias de los clientes, el Palacio de Sal fue trasladado a orillas del Salar cerca de la población de Colchani, una de las frecuentadas vías de acceso al desierto salado. La idea era poner en marcha un hotel cuya construcción estuviera plenamente integrada en el entorno natural y donde el visitante gozara de unas instalaciones de calidad dentro de los estándares de la hotelería moderna para descansar durante su visita al Salar de Uyuni. Desde entonces, lo moderno y lo autóctono se combinan para crear en 4.500 metros cuadrados, el primer hotel de sal del mundo, un atractivo turístico digno de conocer.






El hotel inicial ya no se utiliza como tal. Hoy está convertido en museo que se puede visitar, comprar algún recuerdo, hacer fotos de las habitaciones con camas de sal y además sentarse en un banco hecho de sal para tomar un café en una mesa de ese mismo material.