viernes, 16 de diciembre de 2016

Incahuasi, la casa del inca

Una isla de cactus gigantes en un desierto de sal


En mitad del desierto de sal más grande del mundo se encuentra la pequeña isla de Incahuasi llena de cactus gigantes, una isla que no es realmente una isla porque no está rodeada de agua por todas partes sino de cientos de kilómetros de sal.




Navegando por este inmenso salar se divisan a lo lejos algunas islas, concretamente hay un total de 32. Entre ellas se encuentra Inca Huasi, la Casa del Inca, una montaña que sobresale desde la distancia en medio de la llanura blanca. 

Al acercarse, uno aprecia que la superficie está totalmente plagada de unos cactus sorprendentemente grandes. Teniendo en cuenta que los cactus de esta especie (Trichocereus pasacana) crecen a razón de un centímetro por año aproximadamente y que algunos de ellos miden más de diez metros, hablamos de unos cactus de 1000/1500 años de edad. 

Las vistas desde lo alto del sendero que recorre la pequeña isla son espectaculares y surrealistas a la vez. Estremece el sentirse totalmente rodeado de un mar inmaculadamente blanco y plano que se pierde en el infinito para fundirse más allá del horizonte con un potente azul celeste que lo cubre todo. 

Es muy fácil que al terminar el ligero ascenso hacia la cima uno haga un alto en el camino. Hace falta un respiro aunque no se trate de recuperar el aliento. No es precisamente la altitud lo que atonta. Con la mirada perdida en cualquier punto uno tiene por fuerza que pararse un rato para conseguir asumir lo que está viendo, porque aquello que tiene delante no se parece en nada a todo lo que ha visto anteriormente. 

Esta pequeña isla de Incahuasi se formó hace miles de años sobre los restos de un volcán. En la parte más alta se encuentra el punto central del salar, que es el que ofrece esa fabulosa vista panorámica de 360° y es el punto en el que los aimaras hacían los rituales de agradecimiento y sus ofrendas a su diosa la Pachamama, la madre Tierra.

En los cerros del altiplano se encuentran con frecuencia amontonamientos de piedra llamados apachetas, cuyo objeto es servir de indicadores a los caminantes y ser un altar (waca) en el que se depositan las ofrendas de hojas de coca, vino, chicha, cigarrillos, etc, que se hacen a la Pachamama para que ayude a los peregrinos a llegar a su destino. El mejor momento para las ofrendas a la Pachamama es al caer la tarde. 





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