En cualquier parte del mundo te encuentras gente recorriendo los caminos en bicicleta. Como no podía ser menos, en medio del altiplano boliviano también.
El desierto de Siloli, al suroeste de Bolivia y a cinco mil metros de altitud, forma parte del desierto de Atacama y está considerado uno de los desiertos más áridos del mundo. Volcanes, grandes desniveles, formaciones rocosas y fuertes vientos conforman esta zona. La dificultad que supone la altitud, la soledad del desierto, un clima riguroso y unos caminos duros, polvorientos y empedrados, hacen aparentemente poco atractivo el lugar para pensar en recorrerlo en bicicleta. Sin embargo, a pesar de las condiciones extremas, son muchos los ciclistas que deciden aventurarse a cruzar estos terrenos inhóspitos, camino de las lagunas de colores, de la reserva nacional de fauna andina o del salar de Uyuni en sus frágiles vehículos de dos ruedas.
Las dificultades para enfrentarse al desierto de Siloli sin más fuerzas que las de tu propio cuerpo y sin más armas que tu bicicleta, viéndolos pedalear son más que evidentes. Aunque no se vean, hay que imaginar que los argumentos que llevan los ciclistas en las alforjas para embarcarse a hacerlo tienen que ser muy poderosos.
Dos de las razones que suelen esgrimir los ciclistas al explicar por qué eligen esa forma de viajar tienen que ver con el placer que para ellos supone poder recorrer los caminos apoyándose en su propio esfuerzo, así como el haber encontrado una velocidad óptima de desplazamiento que les permite sentir y vivir la ruta de forma plena, con todos los sentidos. Algunos añaden una tercera razón relacionada con el esfuerzo que llevan a cabo, tanto por la satisfacción que lleva consigo la superación del reto al afrontar el viaje de una manera tan humilde, como que el hacerlo así suele provocar simpatía y un interés por parte de los lugareños en ayudar al ciclista de la forma que sea a soportar el esfuerzo. Al cruzarse por el desierto con estos sudorosos y polvorientos deportistas uno piensa que tiene que ser mucha esa satisfacción que les llega al alma tras superar el reto, para compensarles del inhumano esfuerzo que implica la aventura.
Las dificultades para enfrentarse al desierto de Siloli sin más fuerzas que las de tu propio cuerpo y sin más armas que tu bicicleta, viéndolos pedalear son más que evidentes. Aunque no se vean, hay que imaginar que los argumentos que llevan los ciclistas en las alforjas para embarcarse a hacerlo tienen que ser muy poderosos.
Dos de las razones que suelen esgrimir los ciclistas al explicar por qué eligen esa forma de viajar tienen que ver con el placer que para ellos supone poder recorrer los caminos apoyándose en su propio esfuerzo, así como el haber encontrado una velocidad óptima de desplazamiento que les permite sentir y vivir la ruta de forma plena, con todos los sentidos. Algunos añaden una tercera razón relacionada con el esfuerzo que llevan a cabo, tanto por la satisfacción que lleva consigo la superación del reto al afrontar el viaje de una manera tan humilde, como que el hacerlo así suele provocar simpatía y un interés por parte de los lugareños en ayudar al ciclista de la forma que sea a soportar el esfuerzo. Al cruzarse por el desierto con estos sudorosos y polvorientos deportistas uno piensa que tiene que ser mucha esa satisfacción que les llega al alma tras superar el reto, para compensarles del inhumano esfuerzo que implica la aventura.
"No busco más que descubrir junto a mi bicicleta las maravillas y desgracias en nuestra tierra, disfrutar de la naturaleza y acabar los días con la satisfacción de estar agotado y sin energía, dormir bajo las estrellas cuando se pueda, hospedado por desconocidos que acaban siendo amigos y aprender de las infinitas lecciones del camino”.
Javier. Lleva 4 años viajando en bicicleta por el mundo
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