Evo Morales, el primer presidente indígena en la historia de Bolivia, no deja indiferente a nadie en su país. Todo el mundo se pronuncia con rotundidad en un sentido u otro cuando se le pregunta por él. O bien se está en claro desacuerdo con su labor y se critica abiertamente su política, o bien se comulga religiosamente con las decisiones que el desarrollo de su ideología conlleva. Pero a nadie le da igual. O con él o contra él.
Hace algo más de dos años, en octubre de 2014, el presidente Evo Morales fue reelegido para un tercer período al frente del Estado Plurinacional de Bolivia, por lo que, en principio, se mantendrá hasta 2019 en el cargo. De esta forma totalizaría 14 años de mandato, el más largo en Sudamérica por decisión democrática.
Con posterioridad a esa reelección, en febrero de 2016, el presidente perdió por estrecho margen un referéndum en el que solicitaba a los bolivianos la aprobación o rechazo de una reforma de la Constitución que posibilitase una segunda reelección (en lugar de una solamente que señala actualmente la Carta Magna). Morales, en favor de la reforma constitucional argumentaba que esa posible ampliación para continuar en su cargo al frente del país, le permitiría completar las reformas puestas en marcha que, de otra forma, podrían verse truncadas.
Cuando nosotros estuvimos allí, en diciembre de 2016, no había entre la población un criterio definido con claridad acerca de la necesidad de esa prórroga, ni tampoco de la labor de Evo Morales al frente del gobierno. Pintadas con el sí y con el no adornaban los muros por todos los rincones del país. Algunos entienden que la pretensión del antiguo líder cocalero únicamente se sustenta en un deseo de mantenerse en el sillón del poder, otros admiten sin asomo de duda su buen hacer en la presidencia pero ponen en duda la honradez de la gente que le rodea. En cualquier caso, son pocos los bolivianos que no están de acuerdo en reconocer que los avances conseguidos por el presidente indígena durante el tiempo que lleva al frente del gobierno son muy importantes.
Tanto los partidarios de su continuidad como sus adversarios políticos admiten que en estos años se han producido resultados espectaculares en muchas variables económicas. Así, por ejemplo, la pobreza extrema se ha reducido a menos de la mitad (del 37 al 18% de la población), las inversiones públicas se han multiplicado por 40 (de 629 a 24.561 millones de dólares, el PIB creció de 9 mil a 34 mil millones de dólares y el salario mínimo se cuadruplicó (de 440 bolivianos a 1.656). En otro orden de cosas la mortalidad materna ha descendido de 229 a 90 mujeres por cada 100.000 nacimientos, el 100% de la población dispone de servicios de salud y hoy Bolivia se ha convertido en un territorio libre de analfabetismo, aun siendo un país en que se hablan tantos idiomas distintos, como castellano, aimara, quechua y guaraní.
Seguirá o no seguirá, pero hay que reconocer que no les ha ido mal a los bolivianos con este primer indígena presidente.